Hablando el otro día con un amigo me preguntó cómo fueron mis primeros días en Ámsterdam. “¿No los recuerdas como si los hubieras vivido en tercera persona, como si hubiera sido otra persona y no tu quien los vivió?” Y aunque nunca lo había pensado de esa forma entendí perfectamente a lo que se refería. Todavía hoy me ocurre que lo vivo como si no fuera yo la que está viviendo esto.
Son las diez y cuarto de la noche y acaban de encender las farolas colgantes de mi calle, hay luz de día aún, pero me he encendido unas velas mientras escribo porque el otro día leía a una chica que contaba formas de romantizar los días con cosas pequeñas y encenderte unas velas aunque aún sea de día porque sí, era una de ellas. De fondo tengo a una artista nueva que no conocía y que suena a verano, y una lámpara nueva de papel de colores a la que acabo de ponerle una bombilla.
Lo vivo todo en primera persona y pienso muchas veces al día en esta vida nueva que estoy poco a poco creándome en Ámsterdam, pero aún hay veces en las que, como decía Elías, sigo sintiendo que estoy viendo a través de una ventana la vida de otra persona y no la mía. Escenas de las que pensaría que qué vida tan guay y especial y nueva y diferente. Llevo años queriendo escribir, no garabatear por la mañana como hago ya, o en las notas del móvil ideas y pensamientos y títulos de lo que escribiría sino de verdad sentarme y escribir. Y es justo lo que estoy haciendo ahora mismo mientras sigo pensando, por novena o décima vez hoy, que este es mi domingo ahora, y esto lo estoy escribiendo yo después de haber pensando tantas veces en escribir de una vez, aunque vaya a leerme mi madre, Silvi, y un par de amigas a las que se lo envíe ilusionada.